jueves, 23 de mayo de 2013

Observaciones clínicas hechas a pacientes trasplantados, por Paul Pearsall

Observaciones clínicas hechas a sus pacientes trasplantados por Paul Pearsall de EE.UU., doctorado en Harvard y en la Escuela de Medicina Albert Einstein.

Edición de varios textos tomados de: http://jacobo2008icor.blogspot
El libro: El código del corazón. Extrayendo la sabiduría del corazón. Editado por Editorial EDAF, 1998.

El Dr. Pearsall, que también recibió un trasplante, es psiconeuroinmunólogo, es decir, psicólogo que estudia la relación existente entre el cerebro, el sistema inmunitario y nuestras vivencias del mundo exterior. Tiene experiencia de más de treinta años de práctica científica en la interpretación de cómo los acontecimientos externos influyen sobre nuestra salud. Fundó y dirigió una clínica psiquiátrica en la que se trataban cientos de enfermos graves, muchos de los cuales habían sufrido trasplantes de corazón o de otros órganos. Dirigió un departamento médico, poniendo en práctica un programa de rehabilitación cardiaca para enfermos de ataques al corazón, un proyecto que estaba pensado para ayudarles mediante cambios significativos en su modo de vida y el desarrollo de unos puntos de vista más equilibrados. Era un programa al que denominaban “Cambio de corazón”. Tanto en éste como en otros puestos, tuvo ocasión de dar conferencias por todo el mundo en distintas organizaciones de trasplantes de órganos; en ellas pudo recoger docenas de relatos impresionantes que parecían demostrar la existencia de algún tipo de memoria celular y de que el corazón desempeña un papel importante en la recuperación de esa memoria.


Pearsall, escribió el libro El código del corazón en el que investiga y sostiene la posibilidad de que sus pacientes trasplantados de corazón recibieron las memorias celulares de sus donantes, quienes manifestaron los detalles que luego pudieron ser confirmados por los propios familiares del donante.

Las “memorias celulares” más comúnmente descritas por los trasplantados de corazón se refieren a sabores, gustos y manifestaciones personales nuevas vinculados a sus donantes, constituyendo esto la regla y no la excepción.

En sus investigaciones habló con Claire Sylvia, una trasplantada de corazón que había descrito los cambios experimentados en su vida, relacionados con la energía de su donante, en un libro escrito en colaboración con Bill Novak, titulado A Change of Heart. A pesar de las fuertes críticas personales que algunas veces recibe, persiste en su creencia de que con el trasplante de corazón ha recibido mucho más que una simple masa de células biomecánicas. Los sorprendentes y acertados sueños sobre su donante, los cambios en sus apetencias gastronómicas, su estilo de baile y muchos otros cambios ofrecen las claves de la posibilidad de una memoria celular.


ALGUNAS CONSIDERACIONES DE SUS ESTUDIOS E INVESTIGACIONES.

A.- El corazón que encontró al asesino de su cuerpo. “En una conferencia a un grupo de psicólogos, psiquiatras y asistentes sociales reunidos en Houston, Texas, hablé de mis ideas sobre el papel central que tiene el corazón en nuestra vida psicológica y espiritual. Al hilo de mi conferencia, una psiquiatra se acercó al micrófono, durante la sesión de preguntas y respuestas, para hablar sobre una de sus pacientes cuyas experiencias parecían apoyar mis planteamientos sobre la memoria celular y el corazón pensante. El caso le había afectado de tal modo que durante su intervención tuvo que hacer grandes esfuerzos para no romper en lágrimas. Expresándose de forma tan emocionada que resultaba difícil, tanto para la audiencia como para mí entender sus palabras, dijo:

Tengo una paciente, una niña de ocho años que recibió el corazón de otra de diez años que había sido asesinada. Su madre me trajo a la clínica a mi joven paciente cuando ésta empezó a tener sueños sobre el hombre que había asesinado a su donante. Me dijo que su hija sabía quién era esa persona. Después de algunas sesiones, me fue imposible negar la evidencia de lo que esta niña me estaba contando. Su madre y yo decidimos llamar a la policía, que, apoyándose en la descripción hecha por la niña, logró descubrir al asesino. Con las evidencias presentadas por mi paciente fue cosa fácil inculpar al asesino. El momento, el arma homicida, el lugar, la ropa que llevaba, lo que la niña asesinada le había dicho al asesino... (según Pearsall todo cuanto el pequeño corazón trasplantado le había dicho a su receptora resultó ser completamente preciso).

En cuanto la terapeuta regresó a su asiento, toda la audiencia compuesta por profesionales científicamente formados y con gran experiencia clínica se quedó en un silencio total. Pude escuchar los sollozos sofocados y las lágrimas que humedecían los ojos de los médicos que se sentaban en la primera fila. En lugar de hacer comentarios sobre el relato escuchado, pregunté a mi audiencia si no les importaría que rezáramos una oración por la niña asesinada. Pedí a los técnicos de sonido que pusieran, muy suave, la música hawaiana que yo suelo utilizar para mis presentaciones, y aclaré que se trataba de lo que los indígenas llaman «pule ´ohana», una oración en honor de nuestra unión espiritual, como familia universal que somos. En contra de lo que suele suceder habitualmente en estos casos, no se produjo entre los oyentes la menor muestra de duda o de escepticismo. La posibilidad real de que existiera un corazón que pudiera recordar nos había tocado a todos en nuestros propios corazones”.(Pág. 29-30)

B.- “Dado que muchos de nosotros estuvimos hospitalizados durante casi un año, sin ver la luz del sol ni sentir la brisa suave sobre nuestros rostros, el Club Higea del Corazón fue creciendo. Pacientes, médicos y enfermeras compartían los relatos sobre receptores de trasplantes que tenían recuerdos de sus donantes”,... (Pág. 48)

C.- “Durante mi reciente visita a la Universidad de Princeton tuve ocasión de almorzar con la doctora Brenda Dunne y con el equipo de investigación del laboratorio PEAR (Programa de Investigación de las Anomalías de la Ingeniería de la Universidad de Princeton – New Jersey). Hablé con la doctora Dunne sobre lo que yo identifiqué como el efecto de un «estallido de energía sutil», que había detectado en mis enfermos trasplantados de corazón. Muchos de ellos parecían, al principio, conectar profundamente con distintos aspectos de la personalidad de su donante y, posteriormente, parecían ir perdiendo o negando ese sentido de conexión, para volverlo a recuperar más tarde si dejaban de rechazar tal conexión, o de hacerla demasiado intensa. Parecía que las memorias celulares de su donante estuvieran mejor conectadas si se las dejaba ser y no se las forzaba. Una mujer de cincuenta y dos años, trasplantada de corazón, describió este fenómeno del estallido de energía sutil. Al referirse a los documentos de los investigadores de PEAR, que habían tenido éxito en el estudio de cierta forma de conexión de energía L (la infoenergía del código del corazón, según Pearsall), dijo esta persona: «No espere que esta memoria celular vaya a ponerle los pelos de punta. Se producirá suavemente si la deja ser. Si la fuerza demasiado, no creo que llegue a producirse, y si lo hace, usted no la sentirá. Yo siento la presencia de mi donante cuando estoy simplemente sentada, y dejo que la energía fluya»”. (Pág. 86-87)

D.- “Esta «glutinosidad» o naturaleza de conexión permanente de la energía «L» es una de las exposiciones más destacadas hechas por los receptores de trasplantes. Un ejemplo de ellas lo tenemos en lo que dijo un trasplantado de veintiséis años: «Estaré unido a mi donante para siempre. No pasa un día sin que me sienta unido a él. Es como lo que sucede con aquellas personas a las que he amado. No importa en dónde se encuentren, porque tan pronto como pienso en ellas puedo sentir en mi corazón cómo ellas están conmigo»”. (Pág. 102)

E.- “Si es posible que exista la energía vital «L» y que el corazón sea su centro primordial, entonces las células pueden memorizar la infoenergía que circula por el corazón. La evidencia de esta posibilidad existe en forma de acontecimientos notables vividos por receptores de trasplantes cardiacos que han recibido con ellos las memorias de sus donantes”. (Pág. 125)

F.- “La madre de un joven trasplantado dijo: ‘Ahora mi hijo utiliza siempre la palabra “copacético” . Antes de tener su nuevo corazón jamás la usó, pero fue la primera cosa que pudo decirme tras la operación. No sé lo que significa. Dijo que todo estaba copacético. No es una palabra que conozca’. La esposa del donante que estaba oyéndonos, abrió desmesuradamente los ojos y, volviéndose hacia nosotros, dijo: ‘Esa palabra era la forma que teníamos mi marido y yo de decir que todo estaba bien. Siempre que discutíamos y hacíamos las paces, ambos decíamos que todo estaba copacético’.

El tema de aquella palabra mágica que parecía revelar un código del corazón que se hallaba dentro de él estimuló al joven, que empezó a contar historia tras historia de los cambios que había experimentado tras su trasplante. Aunque su madre nos lo había descrito como un vegetariano muy consciente de su salud, él dijo que ahora suspiraba por la carne y por los alimentos grasos. Aunque en tiempos había sido un amante de la música “heavy metal”, ahora le encantaba el rock de los años cincuenta. Nos contó también sueños repetitivos de luces brillantes que venían directas hacia él. Al escucharlo la esposa del donante nos dijo que, de hecho, su marido adoraba la carne, que era un adicto a la comida rápida y que había tocado en una orquesta de rock en Motown mientras estudiaba en la facultad de medicina, y que ella por su parte también tenía los mismos sueños sobre las luces de aquella terrible noche”. (Pág. 129)

G.- “Tanto las familias como los profesionales médicos y los cuidadores temen las consecuencias de que se pueda perder o alterar la personalidad del receptor ante el impacto que constituye la implantación de un nuevo «tejido anímico» procedente de un completo extraño. La esposa de un trasplantado perteneciente al Club Higea del Corazón, decía: «Espero que no tenga el corazón de un ex asesino». Aunque trataba de bromear, confesaba posteriormente que estaba preocupada e incluso le aterraba la idea de «cómo va a comportarse ahora conmigo mi marido». Otra de mis pacientes que había recibido el corazón de un hombre joven me expresaba el temor de que su marido no quisiera hacer el amor con ella, porque pudiera «considerarse homosexual». Más tarde añadía: «Cuando ahora bailamos, mi marido dice que yo siempre trato de llevarlo a él. Debe ser mi nuevo corazón de macho que me obliga a hacer esto». Preocupaciones parecidas a las manifestadas por esta mujer hacen esencial que tanto las memorias celulares como el código del corazón sean tratados de una forma cuidadosa, respetuosa, entrañable e incluso sagrada, reconociendo de este modo el hecho de que el nuevo corazón se está uniendo a un sistema, y no solamente a un cuerpo”. (Pág. 142)

H.- “El doctor Benjamin Bunzel , del Departamento de Cirugía del Hospital Universitario de Viena, ha estudiado el impacto producido por el trasplante de corazón en la personalidad de sus receptores. Confirmando lo dicho anteriormente por médicos e investigadores, escribe: «Los trasplantes de corazón no son simplemente el reemplazo de un órgano que ya no funciona. Con frecuencia se ve al corazón como el origen del amor, de las emociones y el centro de la personalidad». Él ha investigado cuarenta y siete casos de personas trasplantadas. Sus datos se acercan a los hallazgos que yo realicé en un grupo reducido, pero consistente y singular, de cardiosensibles.

El doctor Bunzel informa que el 15 por 100 de la muestra afirmó que su personalidad había cambiado debido a lo que significó una experiencia tan extrema como era un trasplante de corazón, pero no achacaban ese cambio a su donante. El 6 por 100, o sea, tres pacientes, dijeron que el cambio en su personalidad se debía a sus nuevos corazones. Añadieron que se vieron obligados a cambiar sus reacciones y sentimientos anteriores para acomodarlos a los que creían que eran las memorias celulares de sus donantes. El 79 por 100 dijo que su personalidad no había cambiado en absoluto tras la operación.

Al igual de lo que yo había investigado, el doctor Bunzel anota que estos pacientes (que no experimentaron cambios) emplearon una serie de fuertes mecanismos defensivos y, a menudo, mostraron una postura agresiva ante la pregunta de que pudieran recibir algún tipo de energía de sus donantes. Calificaron esas cuestiones de «completas tonterías», y ridiculizaron la idea de que sus donantes pudieran influir en su vida”. (Pág. 142-143)

I.- “Nuestro sentido del olfato es el más antiguo de todos, seguido por el sentido del gusto. Si nuestros antepasados no hubieran podido oler un predador o conocer el sabor de un posible veneno, no estaríamos aquí ahora. Es posible que debido a lo antiguos, básicos y fundamentales que son para la humanidad estos sentidos del olfato y del gusto, las memorias a este nivel sean las que mejor aceptan los trasplantados de corazón de sus donantes.

No he encontrado que mis pacientes trasplantados de corazón experimentaran en realidad un cambio en su «sentido» del olfato o del gusto. Lo que sí manifiestan son cambios en el aroma (interpretación del olor) y del sabor (significado que otorgamos a nuestros sentidos del gusto). Las memorias son mucho más que reacciones y estimulaciones de las células cerebrales de nuestros cinco sentidos básicos. Son la forma en que nuestro corazón siente, interpreta, comprende y experimenta nuestro mundo. Todo cuanto hemos gustado, olido, tocado, oído o visto vuelve a circular dentro de nosotros como infoenergía gracias al corazón, y las mismas células cardiacas recogen memorias energéticas de esos acontecimientos. Así pues, no resulta sorprendente que, al menos a algún nivel, con el nuevo corazón llegue también una nueva serie de memorias.

Veamos un ejemplo de «memoria celular del gusto» de uno de los pacientes cardiosensibles: «Es realmente extraño, pero cuando estoy haciendo la limpieza en casa o me siento a leer, de repente me viene a la boca un sabor inusual. Resulta difícil de describir, pero es muy específico. Puedo saborear algo y, de repente, empiezo a pensar en mi donante, sea quien fuere, y en cómo viviría. Después de un rato, ese sabor desaparece y también los pensamientos, pero el sabor siempre es el primero en llegar»”. (Págs. 179-181)

J.- “Los pacientes trasplantados de corazón del tipo cardio insensibles que se muestran reticentes a considerar la posibilidad de memorias celulares, a menudo hablan de memorias de sus donantes en forma de vislumbres «icónicos», en asociaciones involuntarias y espontáneas con ellos”. (Pág. 184)

K.- “Los trasplantados de corazón menos cardiosensibles suelen mencionar esos momentos cuánticos de asociación con sus donantes en forma de lo que ellos consideran imágenes inexplicables, ensoñaciones durante la vigilia y pensamientos y fantasías novedosas que con frecuencia les distraen durante unos momentos”. (Pág. 185)

L.- “Otra dificultad que surge con la memoria a largo plazo es que en el mismo acto de intentar recordar un suceso (atormentando al propio «cerebro») puede deformar la percepción de su experiencia, tanto como sucedió como si no sucedió realmente. Es posible que, al pedirle a un paciente que sintonice con las memorias celulares de su donante, cree una serie de memorias falsas. Aunque no siempre es posible hacerlo así, en el caso de mis pacientes trasplantados de corazón que recibieron las memorias celulares de sus donantes, los detalles que manifestaron pudieron ser confirmados por los propios familiares del donante”. (Pág. 186)

M.- “Cuando hablé de las memorias celulares de los donantes, que parecían estar mencionadas en los informes de antiguos receptores de trasplantes, y de que su temperamento y personalidad parecían haberse alterado en correlación general con los de sus donantes, mis escasos informes iniciales fueron relegados al acostumbrado vertedero científico de hechos inexplicables: la casualidad”. (Pág. 204)

N.- “Un niño de ocho años que había recibido un corazón describió la naturaleza de la cardiosensibilidad y la cardiocontemplación como un «caer en», en lugar de un «alcanzar».

Puedo sentir al otro niño dentro de mí –dijo el niño en cuestión–. No me pasaba eso al principio, pero cuando mi inmunidad quedó restablecida y finalmente me volvieron a dejar jugar con Pierre (el perro de raza poodle francés, de la familia), comencé a llamarlo King. No sé por qué. Puede que el nombre de mi donante haya sido King. De cualquier forma, ahora puedo sentir al otro niño dentro de mí. Es como cuando uno no sabe que se ha golpeado la rodilla y más tarde, al sentarse a ver televisión o algo así, se descubre la herida y comienza a sentirla y ya no se puede olvidar más de ella. Incluso cuando se va curando o se cae la costra, la pierna recuerda siempre dónde tenía la herida”. (Pág. 239)

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