viernes, 19 de octubre de 2012

El destino

Por Bert Hellinger

No existe ningún destino malo. Sólo existen los destinos. No existe el destino malo, pero tampoco el bueno. En realidad tampoco sabemos qué es bueno y qué es malo. El destino nos atrapa. La palabra destino es algo completamente indefinido. El concepto de destino o la imagen de destino no encajan de ninguna manera.

Es ante ese espíritu –o  algo espiritual, algo grande- que está actuando por detrás, que todo tiene el mismo valor, nada se pierde y nadie es mejor o peor o más feliz o más infeliz. Hace poco leí una poesía de Rilke. Me conmovió profundamente. Se trata de una poesía sobre la muerte. Rilke piensa que la muerte está todo el tiempo presente en nosotros. Ella vive en nosotros. Ella es una parte de la vida. Pero cuando Rilke aquí habla de la muerte también habla de dios, más allá de lo que esto en detalle pueda significar. Yo ya me referí a esa poesía en un libro, en este nuevo contexto podemos leerla una segunda vez.



Uno hay que toma a todas en la mano, y corren como arena entre sus dedos. Elige las más bellas de las reinas y las hace esculpir en mármol blanco, aun en la melodía de su manto; y pone a cada rey con su mujer; esculpido en la misma piedra que ella.

Uno hay que toma a todas en la mano, y se le rompen, hojas de mal temple. No es un extraño, pues vive en la sangre que es nuestra vida, y zumba y se reposa. Yo no puedo creer que él haga daño pero oigo decir mucho malo de él.
El propio destino
Cada uno de nosotros está involucrado en un destino particular. Esto está relacionado con nuestra familia de origen. A través de ella ciertas cosas nos están determinadas, indefectiblemente  determinadas y nosotros así lo aceptamos.  

Luego conocemos a nuestra pareja. El hombre encuentra a una mujer, la mujer encuentra a un hombre. Cada uno de ellos tiene su propio destino. Pero ahora se unen dos destinos diferentes. Un destino espera al otro porque, tal vez, a través de él encuentre una satisfacción y un cierre. Esto es recíproco.

En ese sentido el hombre y la mujer se convierten en una comunidad de destino. Sus hijos se apropian de un destino y del otro. Por eso los dos padres juntos se convierten en destino para los hijos.   Pues bien, ocurre que a veces un destino es tan distinto del otro que alguien no está en condiciones de sostener la comunidad de destino. Sino que uno debe seguir su propio destino y liberar o redimir al otro de su destino dejándolo atrás. Con frecuencia ocurre así. En una relación de pareja, cuando ha durado mucho, puede suceder que el destino de uno sea tan fuerte que el otro no lo pueda tolerar. Entonces uno deja que el otro se quede con su destino y continúa con el propio. Existe un dicho que uno puede decirle al otro: “Te quiero y quiero lo que a ti y a mí nos guía”. Con amor uno da su consentimiento al lugar adonde el otro es guiado. Entonces puede ocurrir que ellos se separen o que deban separase. Pero ellos entonces lo harán con amor. 

Cuando en una relación de pareja, por ejemplo, se comprueba que uno de los dos no pude tener hijos y que el otro los desea, éste no puede imponerle al otro su destino. Ël lo deja entonces en libertad y le dice: “Te quiero y quiero lo que a ti a y a mí nos guía de un modo único”. Entonces podrán separarse. Ahora cada uno seguirá su propio destino y su propia determinación. También sucede así en este caso que hemos expuesto. El hombre queda liberado cuando la mujer le dice: “Te quiero y quiero lo que a ti a y a mí nos guía de un modo único y determinante”. Entonces ellos están juntos y sin embargo separados. Cada uno está en su destino liberado del destino del otro y puede dejar al otro en libertad.

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